URBANISMO Y SOCIEDAD EN HISPANIA
He terminado un interesante libro sobre la presencia romana en la Península Ibérica, las Islas Baleares y el norte de África y su repercusión en la España de la época (que aún no era España). Su título: Urbanismo y Sociedad en Hispania. Es una recopilación de varios artículos publicados o leídos en diferentes congresos por D. José María Blázquez Mártínez, catedrático emérito de Historia Antigua y miembro de la Real Academia de la Historia.
Dentro de un notable tono pedagógico general, destaco un párrafo de uno de los textos que recoge el profesor Blázquez, atribuido al apologista cristiano Lactancio (“Sobre la muerte de los perseguidores”), contemporáneo de la época estudiada, que describe cómo se notaron las reformas de Diocleciano en la Meseta castellana, como en todo el Imperio en época de la Tetrarquía, cuando el gobernante necesitaba (como después Constantino) grandes cantidades de dinero para sus planes, para lo cual subió las contribuciones todo lo que pudo:
“Con su avaricia y su timidez alteró la faz de la tierra. En efecto, dividiendo la tierra en cuatro partes, hizo a otros tres emperadores partícipes de su poder. Paralelamente multiplicó el ejército, pues cada cual contendía por disponer de un ejército mayor que el que cada uno de los emperadores anteriores había tenido, cuando uno solo estaba al frente de todo el Estado. Se llegó al extremo de que era mayor el número de los que vivían de los impuestos que el de los contribuyentes, hasta el punto de que, al ser consumidos por la enormidad de las contribuciones los recursos de los colonos, las tierras quedaron abandonadas y los campos cultivados se transformaron en selvas. Para colmo, a fin de que el terror llegara a todas partes, las provincias fueron subdivididas hasta el infinito. En consecuencia, numerosos gobernadores y negociados oprimían a cada una de las regiones, incluso casi a cada una de las ciudades”.
En tiempos en los que el ACTUAL Imperio le pide a los contribuyentes demasiados esfuerzos, no está de más que los gobernantes comprendan que, algún día, dichos contribuyentes pueden optar por dejar de producir.
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